Por
unos días Santa Cruz ha disfrutado de la presencia de algunas obras en bronce
del escultor Henry Moore [1898-1986]. El guerrero de Goslar lleva entre
nosotros desde hace 40 años y su presencia es uno de los testigos de aquella
primera exposición de esculturas en la calle.
No es mi intención analizar ni la
exposición, ni la conmemoración, sólo que la evocación de Henry Moore me ha
llevado a releer lo que E.H. Gombrich [1909-2001] en su obra Historia del Arte,
escribe de Moore: “Creo que con este intenso sentimiento de singularidad acerca de las
cosas realizadas por la magia de las manos humanas es con lo que el autor Henry
Moore nos quiere enfrentar en sus creaciones. Moore no comienza mirando a su
modelo, sino a la piedra. Quiere “hacer algo” de ella. No rompiéndola en
pedazos, sino percibiendo su tendencia, tratando de descubrir “qué quiere” la piedra. Si ella se convierte
en una sugerencia de figura humana, bienvenida sea. Pero incluso en la figura
quiere retener Moore algo de la solidez y simplicidad de una roca. No intenta
hacer una mujer de piedra, sino una piedra que sugiera una mujer.” [ob.
cit. pág. 453].
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