Rafael Chirbes, 1949. No
había leído nada de su obra y lo reconozco. De él, de su obra, sólo tenía
referencias, buenas, incluso su premio nacional de la crítica por Crematorio;
pero no sé por qué en ningún momento se me despertó la curiosidad y cogí algo
de lo que había escrito. Tampoco tengo clara la razón que me impulsó en la
librería para coger su última novela: En la orilla, Anagrama, 2013.
En
primer lugar tengo que reconocer una deuda con
En la orilla ha sido un
descubrimiento que convirtió su lectura en algo adictivo, más si cabe, ya que ella
lo es para mi. Página a página disecciona un modelo de sociedad y a sus
protagonistas rebuscando en los entresijos de las pequeñas historias locales,
en la ida cotidiana de un espacio reducido, casi asfixiante donde se
entrecruzan vidas, se reparten odios y se guardan rencores (el
rencor no tiene fecha de caducidad, pág. 187)que tienen el viejo olor
de la Guerra Civil.
Del Mediterráneo de postal, de cielo
azul, sol y playas, Chirbes nos lleva al lodazal de las charcas en la costa,
que son estercoleros y escenarios de historias truculentas, al tiempo que
escondrijos para huidos de la represión; caminos pedregosos requemados por el
sol inclemente y pulidos por el andar de quienes arañan la tierra en busca de
arañarle algo; plantas raquíticas de tallos leñosos y arrugados frente a las
inclemencias y dobladas sobre sí mismas para protegerse de la inclemencia del
sol.
Esteban, el protagonista, es el eje
sobre el que pivotan el resto de historias que nos ponen delante de los ojos y
de forma descarnada la realidad que arranca allá en los años de la Guerra y
acaba con otra guerra, la del ladrillo que ha dejado un paisaje desolador y una
ciudadanía entrampada, anestesiada por el lujo ajeno y las ilusiones truncadas
por llegar a paraísos de nuevo rico.
En la mayoría de las ocasiones
sugiero la lectura de lo que comento, pero en esta ocasión lo hago vivamente y
como tengo que redimir mi culpa algunas de sus novelas están ya a la espera, y
las miro y pienso en serle infiel a Sorderberg y al doctor Glas.
Les dejo con algunos párrafos y
espero que les resulten interesantes:
“… acabas de adquirir el poder de lo que
está vivo muera, un poder más bien miserable, porque el verdadero poder –y ése
no lo tiene nadie, ni Dios, lo de Lázaro no se lo creyó nadie- es devolver a la
vida lo que está muerto. Quitarla es fácil, eso lo hace cualquiera. Lo hacen a
diario en medio mundo. Abre el periódico y lo verás. Incluso tú puedes hacerlo,
lo de quitar la vida, siempre, claro está, que mejores un poco la puntería (ahí
sí que sonrió y afiló, guasón, las comisuras de los ojos grises y vivos, el
buen humor los rodeaba de una telaraña de pequeñas arrugas). El hombre que ha
sido capaz de levantar edificios, de hacer desaparecer montañas enteras, de
abrir canales y de cruzar puentes sobre el mar, no ha conseguido que vuelva a
levantar los párpados un niño que acaba de morir. A veces lo más voluminoso y
pesado es lo más fácil de mover. Piedras enormes en la caja de un camión,
vagonetas cargadas de metales pesados. Y fíjate, lo que guardas dentro de ti,
lo que piensas, lo que deseas, que, al parecer, no pesa nada, no hay forzudo
que sea capaz de echárselo al hombro y cambiarlo de sitio. No hay un camión que
lo mueva. Conseguir que te llegue a querer alguien que te desprecia o a quien
eres indiferente es bastante más difícil que tumbarlo a porrazos. Los hombres
pegan por impotencia. Creen que pueden conseguir por la fuerzo lo que no son
capaces de conseguir con la ternura, con la inteligencia” [ob. Cit. pág. 48]
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