jueves, 6 de enero de 2011

LECTURAS: UN JARDÍN DE PLACERES TERRENALES. J.C. OATES


A Clara la parió su madre en el arcén embarrado de una carretera perdida en el estado de Arkansas. Y la parió en ese lugar porque el camión en el que viajaba su madre y el resto de la que iba a ser su familia como jornaleros volcó. La verdad es que el lugar donde se nace no se elige, pero Clara comenzó su vida con mal pie.

Joyce Carol Oates consigue en “Un jardín de placeres terrenales”, publicada originalmente en 1966, pero editado en español por primera vez en 2009, directamente en formato de bolsillo, colocarnos en la senda abierta por John Steinbeck con “Las uvas de la ira”, así que recorremos los años duros de la depresión económica e finales de los años veinte del siglo pasado, desde las vivencias de una familia colocada al borde del precipicio. El alcohol, la violencia son los añadidos a esa crisis que deshumaniza a quienes sufren su azote. Mientras Steinbeck mantiene al lector en una posición algo más distante, Joyce Carol Oates te sumerge en los sufrimientos de Clara y su familia, de manera que viviremos con ella el endurecimiento de su carácter y el pragmatismo de su vida en busca de cualquier tabla de salvación, incluso a costa de sacrificar sus sentimientos. En su hijo proyectará todo aquello que no pudo ser y siempre anheló.

Como creo que cualquiera de las obras de esta autora no necesita recomendación alguna, me la voy a ahorrar, así que les dejo con algunos párrafos con la seguridad de que la obra les va a resultar interesante si deciden dedicarle parte de su tiempo. Que la disfruten.

“Todo el mundo decía que Clara tenía los mismos ojos que su papá –de ese azul sincero y perplejo; pero era un azul bonito, como el cielo de un día despejado- y esos pómulos marcados como los de él, por lo que la gente le decía que algún día sería guapísima, no simplemente guapa. Pero también, igual que su padre, podía parecer altiva y desconfiada.

-Intenta que tu boca sonría, Clara –dijo Rosalie enfadada-. Tiene que parecer que te lo mereces no sólo que lo quieres.

Así que Clara lo intentó. Clara vio como Rosalie forzaba la sonrisa, y lo intentó debería ayudar el que las dos chicas llevasen sus mejores vestidos, con estampados de flores, de algodón con manga corta y lazos atados a la espalda, y ambos vestidos eran un poco ajustados para ellas, pequeños de sisa. Rosalie movió el pecho incómoda, el algodón le picaba por llevar un vestido tan apretado.

Al final consiguieron que un hombre, que no parecía un granjero, las llevara. “hay sitito delante para las dos”, dijo con amabilidad. Se montaron. El hombre condujo despacio como si no quisiera dar tumbos. Las chicas miraban fuera la carretera que les era tan familiar; pero parecía diferente, al verla desde la ventanilla de un coche en vez de desde la de un autobús. De vez en cuando el hombre las miraba. Tenía unos cuarenta años, con la mirada pausada. “¿Sois del campamento de ahí atrás?”, dijo. Clara que estaba en el medio, asintió sin molestarse en mirarle. Inhalaba detenidamente los olores del coche. Era la primera vez que se subía a uno. Se sentó con sus arañadas piernas que le asomaban, con los pies pegados al suelo”. [ob. cit págs. 106-107]

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