No, no esperen que Nieve de otoño tenga la densidad de Suite francesa, 2007 esta novelita, que se lee de un tirón, de apenas noventa y tres páginas, Nieve de Otoño, Salamandra, 2010. Lo de novelita es por el número de página, no por la intensidad e interés del contenido. Como Irene Némirovsky sabe despojarse de todo lo innecesario, es capaz en pocas páginas contar una historia como la de Tatiana, ya vieja ama de llaves, aya que con trato de madre cuida, educa a los hijos de su amo y señor.
Tatiana, fiel más allá de la devoción cuida la mansión de familia cuando ya se huele la pólvora y se escuche el estruendo de la revolución a las puertas de esa casa, que representa el poder de una clase social ajena a los derechos y hasta de las necesidades de quienes les servían casi con devoción. Tatiana salva lo material del poder, les sigue más allá de lo humanamente entendible y acaba en el París del exilio. Allí extraña la nieve de su tierra natal, pero le puede más su responsabilidad con su amo y señor.
Pues todo ese recorrido y vivencias sólo lo puede narrar tan claramente esta autora que es capaz de ajuar su relato a lo estrictamente necesario, imprescindible, de manera que el lector sienta el poder de la revolución, su devoción por el servicio a la familia con la que llevaba toda una vida y su final, triste, pero escrito en el aire desde las primeras páginas.
Les dejo con algunos párrafos, espero que les resulten interesantes.
“Tras cerrar las puertas de la casa vacía, Tatiana Ivanovna subió al pequeño mirador construido en el tejado. Era una noche de mayo, suave y cálida. Sujarevo ardía: las llamas se veían con nitidez y se oían gritos lejanos, traídos por el viento.
Los Karin habían huido en enero de 1918, cinco meses antes, y desde entonces la anciana había divisado todos los días en el horizonte pueblos incendiados, que se apagaban y volvían a arder, a medida que pasaban del dominio de los rojos al de los blancos, y de nuevo al de los rojos. Pero el incendio nunca había estado tan cerca como aquella noche: el resplandor iluminaba el parque abandonado de tal modo que podían verse hasta las lilas del sendero principal, que habían florecido el día anterior. Engañados por la claridad, los pájaros volaban como en pleno día. Los perros aullaban. Luego, el viento cambió de dirección y se llevó el fragor del fuego y su olor. El viejo parque volvió a quedar a oscuras y en silencio, y el aroma de as lilas inundó el aire”. [Ob.cit. págs. 29-30]