Anoche dormí mal, la verdad muy mal. Es
cierto que me acosté más tarde lo normal, pero ni la cena fue pantagruélica,
incluso contando el antalgín que me tomé para el dolor de espalda; ni hubo
exceso de alcohol, bueno de nada, sin embargo fue recurrente la pesadilla con
la cajera rubia de Mercadona.
Soñé
que todas las cajeras de Mercadona se habían confabulado con el dueño de esta
secta para estafar a los clientes incautos, entre los que creo que me cuento,
digo que me cuento porque la lista de la compra después de haber pagado solo me
sirve para abrir la valla con el código de barras. Nunca me he parado a mirar y
comprobar si se corresponde con lo que hay en el carro, solo escucho la voz de
mi cajera, hay confianza, cuando me dice el total de la compra, y ya, tarjeta y
adelante.
Pues
sí, soñé que todas las cajeras mantenían su puesto de trabajo y además obtenían
un plus en la confianza del jefe cada vez que lograban escamotear al cliente confiado
algunos céntimos pasando por el control del código de barras los productos más
de una vez; escamoteando en la pescadería algo de lo comprado, que en el
trayecto hasta tu casa solo quedaba la etiqueta en la bolsa, pero el producto
había desaparecido. Un pulpo se me perdió en el camino. No soy despistado pero
no tanto, el pulpo debería haber hecho el recorrido hasta casa con un abadejo,
pero no, el abadejo llegó solo, aunque el pasaje de él y el pulpo venía en la bolsa.
Es
verdad que la cajera siempre ha sido muy amable y nunca me creí que había
ligado o algo así, simplemente suponía que era una estrategia comercial, o simplemente
cortesía y gracias personal, pero no, después de la pesadilla de anoche creo
que hay una confabulación de las cajeras contra los incautos y plegadas a los
caprichos del gran propietario que quiere seguir arañando unos céntimos a los
bolsillos de los despistados y confiados clientes que engordan una cuenta de
resultados ya suficientemente abastecida.
No
había amanecido, casi, y salí de la cama en busca de la lista de la última
compra, pero no la encontré, quería comprobar si la pesadilla era real. De todas
maneras me temo que me ha engañado otra vez, porque me sorprendió que estuviera
más amable de lo habitual, era casi la hora de cerrar y tenía una risa no
angelical, porque no sé cómo se ríen los ángeles, pero muy seductora. La próxima
vez, si no tengo mucha prisa prometo mirar la lista con detalle y no sonreírle
demasiado, o casi nada, porque me sienta mal que me engañe, pero peor me sienta
que esté de acuerdo con su jefe para burlarse y estafar a los confiados
clientes adeptos a esta Cienciología comercial. Confío en cumplir mi promesa de
mirar la lista y algo menos a los ojos de mi cajera.