Ya
terminó el curso. La comida de celebración este año en el IES La Laboral no fue
una más. No estaba Guillermo. A Guillermo Cano Hernández se lo llevó este curso
la Enfermedad y con él se fue un estilo de dirección que al parecer es a extinguir.
No puedo decir en sentido estricto
que conocía a Guillermo porque para ello tendría que haber sido un poco de
padre, madre, hijo, hermano, amante,… y como no fui nada de eso solo centro mi
recuerdo como compañero de trabajo. Sus años en la dirección del IES La Laboral
marcaron una época que solo es explicable por su estilo ecléctico,
incalificable, diría yo, sin embargo con unas características muy marcadas y
que lamentablemente hoy han desaparecido en el nuevo estilo de dirección que
marca la Administración.
Cuando llegué al centro, ya
Guillermo de director, me propuse averiguar dónde lo podría encuadrar como
director en las conocidas listas y clasificaciones que existen sobre estilos de
dirección, al final desistí por no encontrar encuadre en ninguna de las
categorías al uso, sin embargo y aunque no era un gran pedagogo, realmente no
le hacía falta, su estilo era muy definido y claro. La formulación teórica
estaba explícita en el día a día. Él era parte del Claustro, algo que puede
parecer una obviedad administrativa, pero él era algo más porque al
compañerismo y el respeto al claustro y sus decisiones era una seña de
identidad. La gestión democrática era un hecho, no una etiqueta que algunos se
ponen, aunque solo como etiqueta.
Los disensos en los claustros, que
los hubo, acababan en la puerta del salón de actos. Nunca un mal gesto, un
resentimiento o una palabra fuera de tono. En alguna ocasión que disentíamos me
decía: “Enriquito no me eches pelos en la leche”. Hasta ahí llegaba.
Como suele ocurrir en muchos casos,
sus méritos y su estilo adquieren su importancia cuando se compara su estilo de
gestión con quienes le han precedido, modelados según las apetencias de la
Administración, y ésta ha conseguido que sus elegidos queden a años luz.
Así que quienes te recordamos en la
cotidianeidad del día a día, de los claustros, incluso de alguna confidencia
compartida mirando al mar en Valleseco o en el piso diez de un hospital,
sabemos que con él se podía contar, daba seguridad y tranquilidad en tu trabajo,
te daba un plus de confianza y valoraba el esfuerzo y el trabajo sin grandes
alharacas, incluso de forma socarrona, pero sincera y cercana. Además sabías
que era la primera contención frente a los caprichos de inspectores y demás.
No le gustaba mucho eso de pisar las
alfombras de los pasillos y despachos institucionales, intentaba solucionar
todo su despacho y por teléfono donde su fiel escudero Abraham jugaba un papel
fundamental. Era el artífice de tantas y tantas conversaciones. Prefería irse a
echar un cigarro al fondo donde se enfrascaba cuando correspondía con el
KronoWin para resolver el puzle de los horarios de cada curso. La pizarra
blanca llena de anotaciones con su caligrafía de letra pequeña, las iniciales
de nombre y apellidos de todo el profesorado, se las sabía de memoria, y que
solo él entendía. Era una pizarra para iniciados. Completan el entorno el
ordenador y el cenicero lleno de colillas. Ese era su espacio vital.
Ahora vives en la memoria, mejor
sería que estuvieras, pero… y ahí cada uno de nosotros, porque creo que somos
muchos te tenemos presente con lo que atesoramos durante años de convivencia y
compartiendo momentos. También tengo una cosa clara, si ahí hay centros que
dirigir y buscan director no darías ni un paso. No es La Laboral.
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