“En el mes de junio de 1942, un oficial alemán se
acerca a un joven y le dice: -Usted perdone, ¿dónde está la plaza de la
Estrella? Y el joven señala el lado izquierdo del pecho” [chiste judío].
Así
comienza El lugar de la estrella, 1968; Patrick Modiano [1945-] y que
forma parte junto con La ronda nocturna, 1969 y Los paseos de circunvalación, 1972
de la trilogía publicada por Anagrama y el Círculo de Lectores en
2012.
En
poco más de ciento veinte páginas Modiano logra dibujar un personaje muy
cambiante, judío, antisemita y colaboracionista en ocasiones, mientras que en
otras reivindica su condición de judío, que vive en la Francia ocupada, que
sirve de telón de fondo, desdibujado, eso sí, para el desarrollo de las
actividades de nuestro truculento personaje. La arquitectura de Raphaël
Schlemilovicth, protagonista, tiene en su definición elementos biográficos que
pone Modiano, así su madre por su condición de actriz muy ligada a la vida
nocturna junto con cierta dependencia de un oficial nazi para sortear su
condición de judía. De su padre, también cercano a la noche, a los negocios
poco claros y próximos al poder establecido en aquel momento.
Hay
dos elementos que creo son importantes para enmarcar esta novela, el primero es
la juventud del autor, no vivió la guerra y el momento en el que la escribe. Todavía
a finales de 1968, Francia no había digerido el conflicto. La dualidad entre los
resistentes al nazismo y los colaboracionistas con los invasores es algo que
todavía rumiaba en las cabezas de los que vivieron la guerra y se trasladaba a
quienes no la vivieron. “Los impecables efectos del bálsamo De Gaulle persisten”,
afirma José Carlos Llop en el prólogo de esta trilogía, sin embargo no es fácil
la convivencia y el olvido. Los esfuerzos para borrar parte del pasado se
hicieron, pero aún así el recuerdo se vuelve casi indeleble porque son huellas
que van más allá de lo meramente superficial. El caso del velódromo, también
llamada operación “viento primaveral” es un ejemplo de la acción más execrable de
colaboracionismo francés. Ni la demolición física del edifico en los años
sesenta borrará este episodio.
Con
estos elementos se construye esta novela, corta como ya indiqué, concisa,
dinámica, de frases cortas y en algunos casos desasosegante por lo poliédrico
de nuestro personaje. Les dejo con algunos párrafos, esperando que les resulten
sugerentes.
“Era
la época en que andaba dilapidando mi herencia venezolana. Había quien no
hablaba más que de mi radiante juventud y de mis rizos negros; y había quien me
colmaba de insultos. Vuelvo a leer por última vez el artículo que me dedicó
Léon Rabatête en un número especial de Ici la France: “…¿Hasta cuándo tendremos
que presenciar los desatinos de Raphaël Schmilovitch? ¿Hasta cuándo va a andar
paseando ese judío impunemente su neurosis y sus epilepsias desde Le Touquet
hasta el cabo Antibes y desde La Baule hasta Aix-les-Bains? Lo pregunto por
última vez: ¿hasta cuándo la gentuza forastera como él va a seguir insultando a
los hijos de Francia? ¿Hasta cuándo tendremos que estar lavándonos
continuamente las manos por culpa de la mugre judía?...”. En ese mismo
periódico, el doctor Bardamu soltaba, al hablar de mí: “…¿Schmilovitch? … ¡Ah,
qué moho de gueto más apestoso!..., ¡soponcio cagadero!... ¡Mequetrefe
prepucio!..., ¡sinvergüenza libano-guanaco!..., rataplán… ¡Vlam!... Pero
fíjense en ese gigoló yiddish…, ese jodedor desenfrenado de niñas arias!...,
¡aborto infinitamente negroide!...” [ob. cit. pág. 21]