domingo, 1 de agosto de 2010

LECTURAS: ONCE MANERAS DE SENTIRSE SOLO. RICHARD YATES

Si no hubiese sido porque algunos escritores como Raymond Caver o Richard Ford citaban a Richard Yates [1926-1962] como referente; o que el director de cine Sam Mendes llevara a la pantalla Revolutionary Road basada en la novela homónima publicada en 1961, posiblemente hoy estaría en el limbo de los escritores desconocidos, pues su obra también estaba descatalogada. Afortunadamente no ha caído en el olvido y hoy podemos disfrutar de reediciones de sus obras.

Es verdad que Richard Yates no inventó los suburbios de las ciudades americanas y a quienes en ellos viven, pero sí supo retratar, casi mejor que nadie, a quienes vivían en esos barrios a mediados del siglo pasado, después de la segunda guerra mundial y lograr dar vida a quienes eran el reverso del milagro americano.

Esos ciudadanos anónimos, con historias cotidianas simples, que no tienen nada o casi nada que agradecerle a la vida son los protagonistas de Once maneras de sentirse solo, RBA, 2010. Se recogen en esta publicación relatos construidos entre 1951 y 1961, un año después de su mayor éxito que fue Revolutionary Road.

Un taxista que busca a alguien que inmortalice sus historia de taxista, una maestra cansada de su profesión y casi de la vida, escritores fracasados, periodistas que se venden casi por un plato de lentejas o historias de ex-soldados que en un hospital militar viven apartados en el pabellón de tuberculosos, ansiosos por volver a casa, pero sin el honor de haber sido heridos en combate, sólo conservan de la guerra la podredumbre de sus pulmones. Estos son los personajes de Yates que viven en sus páginas sus vidas y sus miserias.

Les dejo con unos párrafos de sus relatos con el personaje más patético que podamos imaginar.

EL PLACER DE LA DERROTA

Durante unos meses, cuando tenía nueve años, Walter Henderson pensó que caer muerto era el no va más de la aventura, y muchos de sus amigos compartían esa opinión. Habiendo descubierto que el único momento en verdad gratificante de jugar a policías y ladrones era ése en que uno hacía ver que le habían disparado, se llevaba la mano al corazón, soltaba la pistola y se desplomaba, no tardaron en prescindir de todo lo demás –el aburrido proceso de elegir bando y esconderse por ahí- y pulir el juego hasta su esencia misma. Se convirtió, así, en una competición individual, casi en un arte. Por turnos, corrían teatralmente por la cresta de una loma hasta que tenía lugar la emboscada: pistolas de juguete apuntando simultáneamente y un coro de esos entre cortados sonidos (una especie de gutural “¡p-ñ-au!, ¡p-ñ-au!”) con que los niños imitan el ruido de los disparos. El actor principal paraba en seco, giraba sobre sí mismo, quedaba un instante inmóvil en escorzada agonía, doblaba las piernas y se precipitaba ladera abajo en un torbellino de brazos y piernas, levantando una espléndida nube de polvo para finalmente quedar espatarrado allá abajo, guiñapo y cadáver. Cuando se levantaba sacudiéndose la ropa, los otros le ponían nota (“Bastante bien”, o “Demasiado tieso”, o “Falta naturalidad”), y el siguiente se preparaba para actuar. En eso consistía el juego, pero a Walter Henderson le encantaba. Era un chico flaco y de movimientos mal coordinados, y la única cosa vagamente parecida a un deporte en la que destacaba era ésta.” [ob. cit. pág. 90]

REVOLUTIONARY ROAD.

LECTURAS: EL AMANECER DE UN MARIDO. HÉCTOR ABAD FACIOLINCE


Después de El olvido que seremos, Seix Barral, 2007; y de Tratado de culinaria para mujeres tristes, 1996, llega El amanecer de un marido, Seix Barral, 2010, mientras he seguido leyendo a Héctor Abad como columnista, primero en la revista Semana de Bogotá y ahora en El Espectador. Tengo una especial predilección por lo que escribe este autor después de haber leído el Olvido que seremos, que creo que de lo mejor que se ha escrito en castellano en los últimos años.

En su última obra publicada, El amanecer de un marido, reúne varios relatos donde analiza los desgarros producidos por la ruptura de pareja. Ninguno de los dos sale indemne después de que la atonía, el cansancio y no se sabe cuántas cosas más diluyen lo que mantenía a la pareja. Son relatos llenos de dolor y en los que aparecen palabras duras, afiladas, cargadas de tensión, rencor y odio en muchos casos. Como son relatos casi de la vida misma y cada lector podrá cambiar el género de los personajes, acomodar cada historia a las que él conoce y así ponerle más cercanía, si cabe, a lo narrado por Héctor Abad.

He elegido algunos párrafos de una de las narraciones. Espero que les resulten sugerentes.

BALADA DEL VIEJO PENDEJO

“Si yo fuera capaz de decirle que el odio es una excusa excesiva, una palabra demasiado grande para este paulatino alejamiento que está hecho de tedio, de costumbre, pero que estos ladrillos son muy poca cosa para erigir el duro paredón del aborrecimiento. Que con el tiempo sus gestos se hayan vuelto puñales (ese girar el cuerpo y enseñar la espalda en el momento de mayor intimidad entre las sábanas, ese olvido de toda cortesía: no esperarme a comer, no saludar de beso, hablar siempre más largo por teléfono mientras estamos en la mitad de una respuesta) era tal vez inevitable en esta rumia de lo cotidiano, pero llegar al odio, llegar a esa palabra que le he oído pronunciar mientras hablaba con su mejor amiga y yo abría la puerta silencioso, sigiloso, como quien teme encontrar a un amante en calzoncillos o ya sin calzoncillos, que a mi oído la frase llegara clara, nítida: “Tú no sabes el odio que siento por él”, y “él” era yo, yo el aborrecido, porque poco a poco después ha dicho mi nombre, tan prosaico, Gustavo, y ha hablado de mí con alusiones inequívocas, mi barriga prominente, el tic que me hace mover la boca hacia el lado derecho, mis inútiles ideas a la manicurista para tratar de maquillar las uñas agrietadas por el tiempo…” [ob cit, pág. 97]

CINE: TULPAN. SERGEI DVORTSEVOY

Creo que el director Sergei Dvortsevoy intenta contar muchas historias en su obra Tulpan, pero no logra redondearlas. El padre preocupado autoritario y preocupado por sus ovejas, su joven esposa ocupada con la familia y el cuñado, marino, obsesionado por buscar esposa y la única candidata en el vacío de la estepa tiene unos intereses distintos, mientras nuestro marinero aspira a tener un rebaño de ovejas, ella, Tulpan, quiere vivir en la ciudad. En una tierra hostil, la estepa kazaja, esta familia de pastores, aislados en medio de la nada, donde los dramas personales adquieren una dimensión inusitada van desgranando sus deseos y frustraciones, pero todo parece muy superficial y previsible en el relato.

De todas maneras creo que es una película que se deja ver, una forma artesanal de hacer cine con pocos medios económicos y recursos técnicos, donde lo que cuenta es la historia, por eso se merecía un mayor trabajo en el relato. Me hubiese gustado que hubiese puesto más énfasis en la dicotomía que se plantea entre vivir en la ciudad o seguir en la estepa, algo que ocupa mucho en el interés del director; o las relaciones con el “camarada-jefe”, aunque el director ha hecho su elección.

En fin, si tienen oportunidad se puede ver, aunque no esperen grandes emociones.