Hoy sería difícil encontrar a un usuario habitual del Metro de Madrid que no se haya acordado de la madre, y resto de familia, de los trabajadores públicos que atienden ese servicio de transporte. Los servicios mínimos dictados por las autoridades competentes no se han cumplido. El servicio se ha paralizado completamente.
Después de oír a responsables políticos de uno y otro lado, con responsabilidades nacionales, regionales o locales, todos piden cuando menos una condena de por vida a galeras, o en su defecto la lapidación en la plaza pública de todos y cada uno de ellos, añadiendo a los familiares cercanos, por si eso de la huelga y la defensa de sus derechos se ha propagado entre la familia.
Es cierto que la defensa de los derechos de los implicados no debe lesionar los del resto de la ciudadanía, será por eso que los servicios mínimos eran casi máximos, es decir el impacto de la huelga sólo se iba a notar en las nóminas de los que han acudido a la llamada sindical.
De esta situación me extrañan algunas cosas, entre ellas la vehemencia con la que se ataca a los trabajadores del Metro, los responsables políticos, muchos, han encontrado en este tema, junto con el partido de la selección española de fútbol el escape a lo que está pasando con el sistema financiero y la caída en picado de la bolsa, máxime cuando todavía estamos pagando, y pasará mucho tiempo hasta que terminemos de pagar lo que nos está costando las prácticas casino-gansteriles que han llevado al país a ser vigilado por el cobrador del frac; mientras con los responsables de esa catástrofe se toman medidas duras, tales como dejarles sin postre.
Es verdad que el sindicalismo está pagando la falta de credibilidad que ha ido acumulando en los años de bonanza económica donde se han preocupado más de administrar las subvenciones para cursos y vénetos de promoción, que de la de defender los derechos de los trabajadores y prever la que se avecinaba con una economía fundamentada en el ladrillo y el sector servicios. Ahora, como la credibilidad no se compra en Mercadona tienen que remar contracorriente y aguantar la que le cae encima a dirigentes acomodados a sillones mullidos y ahora ponerse detrás de una pancarta y lograr que los trabajadores confíen en ellos resulta muy duro.
Lo único que queda es que la gente joven pida paso y busque un sindicalismo más cercano a los trabajadores, sus necesidades y se aleje de las prebendas de empresarios y gobiernos, que al fin lo que buscan es la complicidad de estas organizaciones para seguir haciendo de las suyas.
Ah, se me olvidaba, creo que no se equivocan, la pena es que en la convocatoria de huelga para todos los funcionarios no se hiciera lo mismo.